Té y galletas

Alzó una ceja y las orejas.

"¿Qué tiene malo de mi listón?"

Tomó la caso en sus manos y lo miró, dejando hacer al otro lo que necesitara.

"¿Qué colores usarás? ¿cómo será? ¿qué tienes pensado?"

Aplaudió eufórico, entusiasmado mientras veía al master trabajar.

"Señor, mi señor sombrerero, si tuviera un sombrero, me lo quitaría ante usted"

Hizo una nueva inclinación, simulando hacer lo que decía antes de elevar el rostro de nuevo.

"Corone a la liebre de marzo y ella lo coronará a usted"

Sus ojos brillaron con la emoción de la promesa. Cosas que él se tomaba demasiado a pecho siempre.

Vio como terminaba el sombrero que le pareció excelente por esa gema roja que se hacía notar. Le brotaba ansiedad casi infantil y se movía en ella.

Sintió el listón caer de su cuello y ver como uno nuevo aparecía en las manos del master que idolatraba. Colores, uno tras otro hasta llegar a uno de sus preferidos, que se reflejaban en sus ojos que eran del color más opuesto que podía haber a él. Lo quería ya y quería que fuera el sombrero quien se lo pusiera, que lo acomodara en su cuello como si se tratara de la más fina gargantilla.

Apenas tuvo el sombrero en su cabeza y el espejo frente a él, su expresión cambio, imitando a la de un estirado magnate, o un finísimo mayordomo, en ambos casos, exagerando teatrealmente, antes de que una sonrisa de lado le alcanzara los labios y luego se completara.

"Mi señor no ha perdido su toque" confiesa mirándolo intensamente y con admiración... quizás con algo más también. "¿Qué desea mi señor, señor sombrerero de Argos?"

Sonrió, con esa sonrisa que de ratos se dejaba ver demente y, sin aviso y en un parpadeo, la Liebre de Marzo tenía sus manos una a cada lado del cuerpo del sombrerero y sus ojos le veía intensos ahora que lo tenía en el suelo.

Estando sobre él, en esa posición, lo que haría Argos era lo más natural...

Lamerle el rostro cual cachorro contento con su amo, una y otra vez.

Se removió por las cosquillas, apartándose de pronto, alzando la mirada y bajándola de nuevo al sombrerero.

"¡Le haré orejas!"

De pronto estaba de pie, buscando ingredientes para complacerlo.

"Orejas grandes, orejas pequeñas, puntigudas, peludas, emplumadas, muchas, muchas orejas, para comer, para ponerse, para adornar, para escuchar... ¡Muchas orejas!"

Se metió a su cocina, sin esperar más, sacando pequeñas bolsitas, algunos frascos, leche de... alguna criatura extraña, seguramente, o lo que parecía leche, algunos animalitos que conservaba vivos en cajitas y un costal de una especie de polvo blanco similar a la harina.

"Serán como galletas, o esponjosas, quizás algunas carnosas, duras o con suave relleno, comestibles o usables"

Tiró un puñado de harina sobre una tabla y sobre ella néctar de flores para hacer una masa que, luego de un rato, pudiera tener consistencia tersa, que con la cantidad adecuada de harina, se sentiría incluso como piel, cuando estuviera cruda y como hueso, cuando estuviera horneada.

"Debería hacerle sombreros comestibles al sombrerero también"

"Es porque la Liebre de Marzo es la mejor en lo que hace y no hay nada que no pueda hacer, así que es la mejor en todo. Nada le sale mal, es genial"

Canturreaba mientras sentía la masa poco a poco dejar de ser pegajosa en sus dedos, aunque así parecía que haría otra cosa, la masa de galletas debe ser pegajosa, ¡como para pegarse en el techo! Así de pegajosa.

Leche, le vertería esa leche espesa que cae con grumos, casi como queso cottage.

"Quedarán deliciosos"

Sonrió como cachorro al que le rascaban las orejas mientras amasaba aquello que había puesto sobre la mesa y pronto, tenía una gran bola de masa que podía usar para modelar y así hizo, mirando el sombrero de su señor y, de pura memoria, empezar a hacer uno igual, o parecido, con sus ingredientes, copiando los colores con sangre de una y otra cosa, los adornos con dulces, con animalitos brillantes o parecidos y después, todo al honor. De esa misma masa, un par de grandes y peludas orejas.

Las pondría juntos, quedaría bien... ¡ah, pero el sombrero debía ir abajo, para que los bordes se tostaran un poco y quedara más duro.

"Debería hacerle un hombre galleta" dijo cerrando el horno, volteando a ver serio al sombrerero, considerándolo. "Un hombre galleta que ame el té como el señor, señor sombrerero"

Se rió de forma escandalosa, con esa poderosa risa que bien podía hacer estremecerse a los objetos pequeños a su alrededor en esa gran y variada cocina.

"Hahahahahaha, eso pasará cuando el señor, señor sombrerero quiera tomarlo con su té. Hahahaha sus piernas se doblarán, se harán aguadas sobre el suelo y se arrastrará lisiado y con él los insectos se verán saciados. Un hombre enorme que no pueda defenderse de una pobre taza caliente! HAhahahaha"